Qué extraño, no le dio un vuelco el corazón con una perdida que prometía a gritos que iba a verle sonreír, no le importó no tener tiempo de estar especialmente guapa, no se preocupó por que su pelo oliese a Lacoste, ni su madre vio razones para preguntarle a dónde iba que estaba tan contenta.
Qué raro, que sintió una profunda indiferencia en tanto que pisaba los peldaños de las escaleras, que tres minutos se quedó ahí, pasivamente, esperándole sin demasiada emoción.
Y entonces le vio, involuntariamente le hizo reír, y algo presionó su alma justo donde se activan los músculos que dibujan una sonrisa.
Pero pobre niña que juega a ser fuerte, no sabía que sería entonces, cuando él la ayudó a levantarse del suelo y de las dudas, cuando sintió su tacto en la muñeca y le miró acercarse y, como siempre, o mejor dicho como nunca, dejar que sus labios rozasen los de ella, fue entonces cuando esa muralla de hielo que ella había construido al rededor de su corazón durante diez días estalló en mil pedazos, liberando su pecho sangrante y palpitante, y tembló, tembló como si fuese su primer beso o mejor dicho como si fuese un beso cualquiera entre ellos dos.
Cuídala bien, y te estoy hablando en serio, porque no sabes la suerte que tienes... ¿Sabes? Ella es una de las personas más maravillosas que he conocido. Y no hay nada que odie más que mentirla.
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