jueves, 17 de octubre de 2013

Las niñas listas se enfrentan a sus temores solitas

Hoy me ha venido a la cabeza una noche de noviembre, cuando yo tenía ocho años, en la que me desperté llorando. Después de que me calmara, mi madre me preguntó si tenía miedo de la oscuridad. Y yo le dije que no, me daba vergüenza. Así que ella se fue, y me dejó sola en la lobreguez.
Puede parecer un episodio esporádico, pero tengo mis razones para pensar que es una actuación típica en mí, y con típica me refiero a peligrosamente reiterada. Concretamente, ayer a las seis y veintidós de la tarde estaba jugando con un mechero en un banco cuando Carlos tuvo la brillante idea de preguntarme:
-Maribel, ¿tú me quieres?
A mí se me cayó el mechero al suelo, junto con la guardia y el alma. Yo no sabía si le quería, realmente no creía que pudiera quererle todavía, había demasiadas cosas que perdonar. Intenté explicárselo así, y Carlos tragó saliva. Intenté entonces acercarme a darle un beso, que dicen que es la mejor forma de hacer callar las malas ideas, pero no me dejó.
-Maribel, ¿tienes miedo de querer?
A mí se me ocurrió pensar que si algún día Carlos se mataba con el coche, probablemente lo echaría de menos. Pero lo echaría más de menos si le hubiera llevado a mi rincón secreto del jardín de atrás. Sea como fuere, sacudí la cabeza. Un poco para alejar el rubor, un poco como respuesta. Supongo que no debería haber contestado eso, supongo que no había respuesta correcta. Porque él volvió a tragar saliva y se levantó. Y empezó a hablar. Y ya no paró. Habló durante cerca de media hora, dando vueltas a nuestra relación, a cómo había pasado todo, volviendo siempre como quien no quiere la cosa al mismo punto: si no le quería, pero no tenía miedo de quererle, entonces el problema era él, entonces a lo mejor nunca le querría. Ahí me tocaba a mí tragar saliva. Porque no sabía muy bien lo que haría los viernes por la tarde de ahí en adelante si la conversación seguía esa línea. Ni si me apetecía averiguarlo.
-Maribel, ¿no tienes nada más que añadir?
Y echó a andar. Y ya no paró.
Así que él se fue, y me dejó sola en la lobreguez.


lunes, 7 de octubre de 2013

One more day is not enough

Subió corriendo la calle, tenía prisa, prisa por qué, en fin, eso es un misterio. Piedrecitas caprichosas se le metían en los zapatos y la hacían tropezar. Las ramas le azotaban la cara, pero esto no la detuvo. Solo había una cosa que podía detener sus pisadas y la emoción de su corazón.
Los pies se le clavaron al suelo en frente de una intersección. No le valían listas de pros y contras, ni objetividades. Porque una decisión como la del camino que ha de seguir tu arañado corazón, no puede ser más subjetiva.
Y ahora, ¿qué?


-Si te digo la verdad... tengo muchísimo miedo
-Yo también