martes, 10 de noviembre de 2015

Stop repeating, please

No vas a darle la vuelta como un calcetín. No va a dejar sus vicios por ti, porque no vas a ser su nueva droga. Tampoco va a convertirse de rana a príncipe azul porque, amiga, esas cosas solo pasan en los cuentos. Porque los hombres que no llaman en dos meses no llaman arrepentidos a los cinco.
Y yo no quiero un príncipe-rana. No quiero una relación en la que tirarnos los trastos a la cabeza, y luego encogernos de hombros alegando que los opuestos se atraen.
Hemos perdido en algún lugar de las comedias románticas lo bello de lo sencillo, una mirada oculta detrás de una cortina de pelo, la caricia que interrumpe el ardor sexual y lo sustituye por una dulzura íntima. Se nos ha olvidado observar la risa de la persona que queremos.
Yo no quiero gritar en la cama pero también en la calle. Mi concepto de relación ideal puede discrepar con respecto a las historias de barbies, pero se acerca más a pasarme una tarde comiéndonos a besos y, justo después de atravesar la puerta de casa, desear fuertemente haberte dado solo uno más.

domingo, 31 de mayo de 2015

Panorámica instantanea

Pero, ¿cómo iba a saber ella de los reflejos de la luz en su cara? Es incapaz de apreciar esos tres millones y medio de matices que tienen sus ojos, todavía no ha descubierto que su mirada derrite glaciares y tiene la potencia de una hecatombe nuclear. Ella no comprende nada acerca de sus labios color grosella. Ignora que cuando se ríe, suena como música. Ella solo escucha risas. Ella solo escucha risas mientras él descubre nuevas maravillas de una orquesta sinfónica. Llegan al bar de la esquina.
Ella se sienta, se ríe, se ahueca el pelo, se enciende un cigarrillo. No sabe nada de esos ojos que acarician su piel y memorizan cada lunar de su cuello. No entiende que su piel es la nieve que congela los sentidos.
La mañana se desliza entre esos labios que añoran y aquellos que ríen, entre cañas de cerveza y mil historias pasadas por agua. Entre las manos caprichosas que ilustran sus historias y la desesperada nostalgia de una vida que nunca tuvieron. El cenicero está lleno, dos besos y un ya nos veremos. 
Pero, ¿cómo iba ella a saber de los suspiros que no escucha? Recoge el bolso y se marcha dejando atrás una vida vacía y un cenicero lleno.


domingo, 1 de febrero de 2015

"No hay mejor skyline que verte tumbada"

Era uno de sus juegos preferidos, entre suspiro y suspiro hablaban de los muchos viajes que harían, de las playas paradisíacas que visitarían y los souvenirs horteras que comprarían. Ya fuera trazando la ruta en la espalda desnuda de él con la punta del dedo índice, o dibujando un mapa de besos por todo el cuerpo de ella; soñaban con los rincones que descubrirían en La Paz, con su bar favorito de Nápoles, con las calles malditas de Barcelona. Se tumbaban boca arriba y ella levantaba el dedo hacia el techo para perfilar los contornos de las islas Phi Phi. Todo Madrid se les quedaba pequeño si lo comparaban con una hamaca en las Bahamas.
A veces, cerraban los ojos. En un instante, la habitación se difuminaba para dar paso a los paraísos que jamás conocerían. Y los cerraban más fuerte para que el sueño no muriese, y se acercaban para besarse y se golpeaban la nariz.
Y él le acariciaba el cuerpo, con parsimonia, deleitándose en cada centímetro de su perfil como una marea que sube y baja a ritmos constantes. Y en esas caricias suaves encontraban un mundo aún mejor que todos los destinos que les quedaban por descubrir.