jueves, 2 de noviembre de 2017

¿Y luego?


-Nadie te va a querer como yo.
Y en el brillo de sus ojos, cree ver cada grito. Cada malentendido y cada discusión. Llamadas a las tres de la mañana porque cómo va a saber si no que realmente estás en casa. Lanzarse a buscar consuelo en los brazos que la torturan.
Casi le parece escuchar... Palabras, palabras por todas partes. Palabras que la rodean y lanzan de un lado a otro. De la gente que le quiere, de la que no le quiere tanto.
Le tiene delante, ahí. Igual que un niño que, embelesado por la belleza de una mariposa, le corta las alas para hacerla suya. Porque no entiende que su belleza reside en su libertad. Porque no entiende nada. Nadie te va a querer como yo.
Ella aparta la mirada de sus ojos brillantes. De un golpe seco libera el brazo de la tenaza de sus dedos y desea con todas sus fuerzas que él tenga razón.



viernes, 4 de agosto de 2017

¡Pues claro!

Ahí estaba ella. Ella y esa cara. Y como no encontraba nada mejor que hacer mientras ella se dedicaba a mirarle, decidió buscar una definición a esa cara. Autosuficiente... no. Coléricamente reprimida. Ojos de loca, quizá. Soberbia, pero no del todo...
-¿No vas a decir nada?
Ahí estaba ella pidiendo explicaciones, haciéndose la enfadada, solo porque le gusta tener razón. No le gusta que le lleven la contraria, y a él tampoco. Los muros más resistentes no están hechos de ladrillo ni de hormigón, los verdaderamente difíciles de romper los componen los silencios, y ellos estaban armando uno a toda velocidad. bloque a bloque, una enorme presa amenazaba con terminar de separarles para siempre.
-No.
Y ahí estaba él, colocando el último componente de esa muralla que habría de cortar los hilos que durante años habían construido. Vendiendo los secretos de diez años a cambio de la satisfacción de la victoria.
Pero nunca hay ganadores cuando se quiebran los esófagos y, casi sin darse cuenta, comenzó a notar una enorme bola ascendiendo por el suyo, cortándole la respiración, cortándole las alas. Se dio la vuelta y comenzó a caminar mientras sentía sus ojos clavados en la nuca. Incrédula. Maternal. Decepcionada. Cabreada.
Y pasarán los días. Él seguirá desayunando en dos minutos y ella seguirá sin peinarse. Él se anudará la corbata mientras ella se queda dormida en la ducha. Él seguirá siendo demasiado orgulloso y ella, demasiado caprichosa. Él hará kilómetros de carretera mientras ella aún tiene los ojos clavados en su nuca, con esa cara que dice: "espero que esto no vaya en serio".


"La amistad es una nostalgia de caminatas y conversaciones sin rumbo, de cafés compartidos en mañanas laborales de holganza".

domingo, 16 de abril de 2017

Maldita oxitocina

Dicen que los sentimientos que experimentamos en el pecho son un reflejo de lo que realmente ocurre en nuestra cabeza. Que cuando nos enamoramos, olisqueamos y decidimos que las feromonas del otro nos molan. Que la oxitocina, o no sé qué hormona que no había oído en mi vida, se da un tour por el cerebro conectando neuronas hasta que nos creemos que todo es posible. Que cuando nos entristecemos con frecuencia y después nos ilusionamos, generamos una montaña rusa emocional a la que nos volvemos adictos. La oxitocina coge de la mano a la dopamina y se van de paseo por nuestro cerebro haciéndonos un lío que te mueres. Y que es muy difícil resistirse a eso.
Y la verdad, siempre me han gustado las montañas rusas. La emoción de la espera en la cola, el "me monto, no me monto", el buscar en mi padre, a mi lado, una figura que me asegure que todo va a salir bien... y acabar en esos noventa segundos de vertiginosa emoción y caídas libres. Pero las montañas rusas me gustan porque la travesía dura eso, noventa segundos. Si te montas en una que dura noventa días, tu dopamina se enchocha de la oxitocina, echan un revolcón de neurona en neurona, tu estabilidad emocional se va a paseo y acabas potando. Claro.