martes, 8 de julio de 2014

Baile de gatos

De pronto, una mirada orgullosa le quitó el sitio a la apariencia despistada que lucía, al sentenciar -con un tono que revelaba lo ensayada que estaba la afirmación- que qué mejor sitio para estudiar que Madrid, donde se movía todo.
En un primer momento, la frase me rechinó. Entre otras cosas porque yo la había utilizado en otros términos. Algo así como "quiero irme de Madrid, a Nueva York, por ejemplo, que es donde se mueve todo".
Lo cierto, y este es un secreto que los capitalinos guardamos celosamente, es que en Madrid no se mueve nada más que la gente y los relojes. Y las agujas de los relojes, que se pasan la vida dando empujones a la gente para que se mueva más rápido. Aquí corre el tiempo y corren sus esclavos, empujándose unos a otros atontados como insectos guiados por el mechero de un niño. No se mueven las oportunidades, se mueve el dinero y se pasean los ideales; se exhibe el amor en cada esquina y las pequeñas rarezas de cada uno se muestran con un orgullo cegador. Y gira en el aire el descaro chulesco y los levantamientos de ceja; y bailan en la Gran Vía las ganas de comerse el mundo, y quien no se haya comido a besos en plena calle Alcalá no sabe lo que es sentir el giro vertiginoso de la ciudad a tu alrededor mientras tu te quedas muy quieto, en medio.
En Madrid todos jugamos a creernos que aquí se puede lograr todo, que aquí se mueve todo; pero somos nosotros los que bailamos al compás. Bailamos y conformamos esa marea de movimiento que atrae a los despistados y orgullosos provincianos.
Madrid es su gente. Por eso me gusta tanto.



-¿Cómo lo ves?
-Bien... pero no esperaba que te fuera a tocar tanto.
-No, ni yo tampoco...