miércoles, 16 de octubre de 2019

Star treatment

Recuerdo ese día como si hubiera sido ayer. Aunque, francamente, tampoco hace tanto tiempo. Podría tatuarme en la piel con precisión milimétrica el aspecto que tenía tu espalda al alejarse por el callejón, enturbiado por mil despedidas con la mano y por besos entregados al tiempo y la distancia. Los mismos tiempo y distancia que durante tanto tiempo fueron nuestros, y que se encargarían de desgarrarnos vivos.

Me jodiste la semana. Cada una de las mañanas que me quedaban por verme amanecer en esa habitación llena de abejas, cerré la puerta de la verja temblando de miedo. Porque sabía que, hiciera lo que hiciera, el fantasma de tu despedida estaría esperándome en cuanto mis ojos tropezaran con esa bocacalle.

Qué digo, me jodiste el mes entero. Me jodiste el verano. Hasta me jodiste el año. ¿Y sabes por qué? Porque yo estaba segura que, cuando me alejara de ese parque, cuando dejara atrás la calle y la ciudad que aprendí a amar como un hogar del que tú nunca llegaste a formar parte del todo, se habría acabado. Estaba convencida de que en el momento en que cogiera el último vuelo que llevara tu nombre, me secaría los ojos y me desharía de tu espejismo para siempre. Pero no. Claro que no.

En realidad, fue bastante impresionante. Me fascina la facilidad que tenías para colar tu recuerdo en sitios en los que tú ni siquiera habías estado. En cada esquina que giraba, me encontraba con tus manos en los bolsillos. Todas las noches, al apoyar la cabeza en la almohada, mis ojos se encontraban atrapados en tu mirada -¿cómo es posible recordar una mirada con tanto detalle?- y te prometo, te juro, que casi podía sentir el frío emanando de tu piel. Un par de veces llegué a alargar la mano para acariciar el arco de tu mandíbula, como aquellos sábados por la mañana, solo para encontrarme con los dedos golpeando la pared de mi dormitorio.

Entraba en la oficina y sentía tus ojos en la nuca mientras me movía entre las mesas. Porque te aseguro que, en parte, estabas ahí, junto a la cafetera, observándome como un fantasma del pasado que nunca quise ver pasado de moda. Ni siquiera al subirme al puto metro tenías la decencia de dejarme tranquila. Y durante meses supe que, en el momento en que me sentara en el vagón, levantaría la mirada para encontrarte relajado en la fila de asientos de enfrente. Tenía la certeza de que me toparía con tu sonrisa más discreta, la misma con la que me dijiste "lo siento, pero no puedo hacer nada para evitarlo".

Te sentía con tanto realismo que estaba tentada de darle los buenos días y las buenas noches a tu fantasma. Hasta que un día me levanté, cogí el metro, giré la esquina, llegué a la oficina. Y comprendí que, por fin, tu recuerdo me había dejado marchar.



And as your shrinking figure blows a kiss, I catch and smash it on my lips.