lunes, 2 de abril de 2018

Y luego, se resquebrajaron

Me acostumbré a tenerte lejos. Me conformé con esta bendita rutina de pensar en ti como en un fantasma del pasado, de conjurar tus ojos pacientes en el vacío de la noche y rememorar el color de tu risa. Forzando la aceptación, acepté una vida que nunca creí aceptable.
Me acostumbré a tenerte lejos y a dejar de buscarte al abrigo de las estrellas. Aprendí a dormirme sin tu voz acariciándome el cuello y acordé olvidarme del sabor de tus buenos días.
Dejé de contarte todo lo que se me ocurría; y, de pronto, dejé de tener cosas que contarte. Y por no contar me cansé hasta de contar los kilómetros, las millas y las pulgadas, taché de mi lista negra la distancia y la sustituí por la falta de ganas.
Tanto me acostumbré a tenerte lejos, que me olvidé de necesitar tenerte cerca.


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