sábado, 12 de noviembre de 2011

Nuestro mejor confidente.

Una vez leí que siempre queda una pizca de nosotros en los lugares que pisamos, como si la vida nos permitiese pulsar el rewind, como si las huellas de nuestras obras quedasen impresas para siempre en un cemento eternamente húmedo. Y como siempre es mucho más bonito creer en aquello que nos hace felices, yo digo que sí, que es cierto, y enfilo las calles que nos han robado miradas cuando necesito acordarme del color de tus pupilas o me siento en un columpio si me olvido de a qué sabe una risa, y que sí, que en las baldosas aún quedan restos del marcador con el que mi intimísima relataba historias muy probables en el rosa rabioso del suelo, y que los pasos de cebra se acuerdan de cinco cuentos diferentes que escucharon a medias.
Y que sí. Que de la misma forma que ya no veo Arturo Soria como el espejismo de un verano perdido, dejaré de ver mi calle con ese halo tuyo de posibilidad y misterio. Que dejaré de preguntarme si se te ocurre mirar hacia mi puerta cuando te sientas en el plástico que nos aprendimos de memoria. Que dejé de entender las letras de las canciones. Que dejé de recordar cuándo y por qué. Y los días serán solo días. Y dejé de buscarte al doblar la esquina. Que dejé de ir sola a esas columnas que ya no querían verme acompañada. Y que a lo mejor tenían razón.
Pero como las baldosas se saben nuestros secretos te diré que aunque dejes de acumular imposibles nunca será lo mismo algo tan estúpido como esperar sentada en una marquesina de autobús.



+...y ya está.
>Ya... ¿y vas a dejar que te la cuele otra vez?
+También puede estar diciendo la verdad.
>"Y si...", "y si...", "y si...". Parece mentira que aún no le conozcas nada.
+Parece mentira que tú le quieras tanto.

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