jueves, 6 de enero de 2011

Chin, chin.

En estos días se aprobecha para dar gracias por muchas cosas sin sentido ni importancia, y para desear nuevas cosas que seguramente jamás llegarán. Nochebuena, Nochevieja y demás encuentros familiares y convencionalismo puro son un hervidero de brindis y deseos que serán como el champán, sus burbujas se evaporarán y a alguno le costará tragarlos en un futuro. Que se cure el abuelo, que la prima de turno apruebe ese examen, que saques limpio el curso. Gracias por la salud, porque aprobaste esa asignatura, porque el abuelo sigue con nosotros.
Interiormente, todos tenemos un deseo oculto, por lo menos a mi siempre me cae un nombre de género masculino en mis deseos para el año nuevo. A veces cuesta darse cuenta de lo que realmente hay que agradecer.
No me refiero a el dinero, el amor o incluso la salud, sino algo que siempre esta ahí. Sí, me refiero a la amistad. Esa que muchas veces nos sabe un poco amarga, y otras tan sumamente dulce. Esa que puede no ser de siempre, pero esperas que dure para siempre. Sinceramente os lo digo, si paseando por los escaparates de Sol encontráis un buen amigo a buen precio, simplemente entrad, cogedlo y huíd con todas vuestras ganas, no dejéis que nada se interponga en vuestro camino, y brindad, brindad por esas amigas con las que se comparte todo y con las que puedes hablar cuando quieras de lo que quieras. ¿Que quizá no sea un para siempre? Tal vez, apostemos por el sí. Brindemos por el sí.



-Dime, ¿me has echado de menos?
-Pues claro que sí...

No hay comentarios:

Publicar un comentario