viernes, 5 de abril de 2013

Mirada sesenta y uno.


¿Dónde está el detalle que nos enloquece? ¿Qué tiene esa palmadita? ¿Dónde está esa línea, la frontera entre lo correcto y lo arriesgado? Jugamos a la casualidad, es tan divertido tomar café con tu blusa puesta. ¿En qué momento tengo que pararte los pies, dónde está esa línea que divide mi realidad? Cuando todo intoxica, ¿dónde está ese punto en el que el veneno se vuelve mortal? Descubramos el límite, tanteémoslo, recorrámoslo sin atrevernos a atravesarlo. Cuando has cedido, lo has alejado tantas veces, llega un punto en que te sorprendes kilómetros más allá esa difusa rayita que trazaste un día. Pero tiene que existir. Tu blusa ya no está blanca, está hecha jirones y tuvo que romperse en algún momento; ya no me traes café a la cama, es más, ya no me traes a la cama, las casualidades siempre son obra de la premeditación y mi realidad ahora es una niña de seis años sucia de barro y bastante despeinada.


Eres el segundo en que sueño que te veo cuando me despierto, eres el impulso preciso que me ayuda a levantar el cuerpo. Diez minutos de silencio que hacen que esté tranquilo y me olvide del tiempo. Desayuno de tus besos, noticias de tu pelo, ducha de tus dedos. Y en mis horas nacen solas las palabras que dispararé. Luego, tiemblo, se hace eterno el segundo en que...
Pestañeo de un segundo, del tiempo que se tarda en entrar en tu mundo. Mirada sesenta y uno, la sábana se abre haciendo de saludo. Vistacito a tu desnudo, con solo una sonrisa ya me dejas mudo. Palmadita en tu culo, paseo por tu ombligo, a tu cadera subo.

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