-Me pones muy chungo eso de quererte-él esbozó una sonrisa desoncertada en tanto que barajaba las cartas sobre la mesa de póquer-. A veces me adoras y otras me desprecias. Me cuentas todas esas cosas, la martirizas a ella, la destrozas. ¿Quién me dice que no irás por el mismo camino, eh? ¿Quién me asegura que seré feliz, que no lo convertirás en un espejismo? No, no me mires de refilón, no lo hagas más, porque ya cansa. Ahora estamos solos, mírame bien. Ahora no hay nadie para comprobar lo idiota que eres por lo que tienes delante, estamos tú y yo, que es cuando se supone que se ven las cosas de verdad, ¿no? Cuando las cosas de verdad valen.
>>Te diré una cosa. Lo que vale es que me mires continuamente y se te caiga la baba, que quieras pasar una noche conmigo, que me busques delante del mundo, que el mundo nos vea, sí, es lo que vale, lo que se demuestra día a día. Pero no, sigue con las cartas, no estoy enfadada, no estoy buscando una discusión, solo constato los hechos, solo eso. Es una de nuestras estúpidas reflexiones, una de tantas promesas de ilusión jamás cumplidas, solo eso...

-Tienes que confiar en mí.
-Capaz.