sábado, 24 de agosto de 2013

Nadie con una imaginación poderosa puede sentirse solo

Tiemblan sus hombros, amenaza su garganta con nunca aflojar esa soga. Toca el piano sobre la mesa del comedor con los dedos, nerviosa. Con sus dedos blancos. Le tiemblan los labios también. Y los párpados.
Pasea con cuidado los ojos alrededor, calibra la situación. Con la cabeza gacha. Con el pelo sobre la cara. El pelo le cae tímido sobre la cara. Dibuja una sonrisa desdibujada. Todo mentiras. Todo, todo, todo, todo, todo mentiras. Es una mentirosa y está muerta de miedo. Está muerta de miedo porque no puede dejar de ser una mentirosa, porque no consigue dibujar sonrisas sinceras. Está muerta de miedo porque no consigue dibujar sentimientos sinceros.
Ella humedece la pluma de oro, la pluma de oro que guarda en un estuche forrado de terciopelo, y acaricia con su punta la hoja de papel. Y la tinta traspasa al otro lado, si le da la vuelta a la hoja parece que lo esté leyendo en un espejo. Y a ella no le gustan las cartas. No le gustan las cartas, pero ya hace tiempo que la voz no brota de su garganta. Ya hace tiempo que la voz no brota de su garganta ni se le pone la piel de gallina. No le gustan las cartas, pero está cansada de soñar con una felicidad que no es capaz de dejar entrar en su vida. Y la tinta gotea desde la pluma sobre el papel, y tiemblan sus hombros porque ella sabía lo que se apostaba cuando entró en el juego.


"¿Dónde lo dejaste, dónde escondiste mi corazón?"

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