lunes, 2 de septiembre de 2013

Dónde, cuándo, por qué

Recuerdo cómo vi tu cuerpo, puro resto, agonizando en el suelo, y siendo aún pura inocencia me agaché a recogerte. No me paré a pensar en lo mucho que podías contaminar mi alma blanca como una sábana recién lavada con tu espíritu de putrefacción, me limité a sentarte en la encimera de la cocina y desinfectar cada una de las heridas que cubrían tu piel a base de sonrisas y dulzura. Recuerdo cómo sentía que era yo quien crecía y mejoraba al estar cerca de ti, inexperta enfermera que encuentra su felicidad en las curas que las cirujanas repudian. Y una vez las heridas fueron cicatrices, de puro agradecimiento me echaste los brazos al cuello con tantas ganas que apenas conseguía respirar. Y tocó crecer y cerrar el botiquín. Recuerdo cómo seguía tus pasos desde la distancia, maldiciendo cada vez que se te abrían los puntos, llorando con tus fracasos, sonriendo con tus victorias, viendo como poco a poco destrozabas tu camino mientras intentabas construirte uno nuevo.
Ahora estás ahí, en el arcén, y yo no estoy segura de si debería parar el coche y sacar las vendas, o seguir conduciendo después de echar una mirada al cielo y rogarle que vele por tus sueños.



"Puedo esperar, no me importa esperar. Pero tengo que saber que espero por algo."

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