viernes, 24 de diciembre de 2010

La vida no siempre ofrece segundas oportunidades.

Él observa el algodón de su camisa rozando su vientre, los vaqueros en el suelo, el cierre del sujetador saltando. Él jurará que la quiere, que quiere pasar el resto de su vida con ella, pero solo quiere pasar el resto de la noche. Ella sonríe amargamente y confía, confía... una y otra vez confía en él. Apaga la radio cuando suena esa canción, La Canción, hoy quiere no pensar en nada, hoy no...
Y se acerca al nuevo él dejando en el parquet un recuerdo de los tacones de aguja junto a su ropa interior.
Y él la deja tirada, como tantos antes que él, con un pitillo entre dos dedos de uñas mal pintadas de color carmesí, el pelo tan rebuelto como las sábanas y una sonrisa rota de decepción y aceptación.
Sus amigas se lo habían dicho, pero, a fin de cuentas, ¿qué sabían ellas? No sabían nada. Nada de él, o quizás nada de ella. Ella solo quería olvidarse de su príncipe que le salió rana, pegar con cola los pedazos de su corazón con mil bocas diferentes, sin darse cuenta de que ellos solo le ofrecían frágiles y dolorosas grapas.
¿Y ahora? Ahora no quiere entregarse a mil tirabocas, sino solo a una, no necesariamente la suya, no necesariamente la del chico de anoche, ni la del de anteanoche. Pero es demasiado tarde, se sabe malinterpretada de antemano, y lo cierto es que no le extraña.




Me habría gustado, y tú lo sabes...

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