domingo, 23 de octubre de 2011

All those games you're gonna lose but you wanna play just in case.

Camina, o lo intenta, por la calle desconocida, amiga únicamente de su música y los recuerdos. Se acurruca en su blazer y acaricia los botones con las llemas de los dedos. Se ha perdido pero le parece lo menos importante en este momento. Los momentos, los recuerdos, las sensaciones, fogonazos que la desorientan aún más y la internan en ese laberinto incomprensible construído a base de sentimientos pero carente de ellos. La calle discurre bajo sus pies impasible, los árboles se alejan de ella. Esa falda que a él le gustaba. Los pensamientos la llevan a conclusiones imposibles, el viento conduce a unos mechones castaños escapados de su semirrecogido a acariciarle la nariz y las mejillas. Ese día. Cuántas sonrisas, cuántas risas, cuánto cariño. En aquel momento le pareció un día simplemente cualquiera, ahora es cualquier cosa excepto un simple día. Recuerdos que normalmente la harían sonreír, hacen que lo único que parece ser imposible es tragar saliva.

Salva de un salto el peldaño que la devuelve del paso de cebra a la acera y se abraza a sí misma en busca del calor que no encuentra lejos de su portal, reconoce la parada de metro de María Tudor y se apresura hasta ella. En tanto que espera sentada, juega con un mechero recordando todas esas cosas que ha hecho solo por llevarle la contraria. Y qué fácil parece a veces contentarse con solo creer, y ya está en el vagón. Y menta a la ironía. Sube una mujer con una cesta horrorosa. Cuán doloroso puede ser un recuerdo de un momento tan feliz.
Mira por la ventanilla una calle que los ha espiado juntos. Otro día cualquiera, formante de una rutina de normalidad maravillosa por el hecho de compartirla con él. Levanta la mirada y descubre su vista empañada, recuerda los besos de esquimal, las horas frente al espejo, ese perfume que le recuerda demasiado a sus columnas, ese diario lleno de esperanzas, separaciones, reconciliaciones, y la sorprende su mirada repentinamente despejada y sus manos descansando en su regazo ahora húmedas, y la mujer de la cesta la mira preocupada, pero la va a dejar lidiar con su curiosidad pasajera, se baja del vagón en la siguiente parada y emprende el camino aún largo a casa dejando que sus mejillas se sequen al viento, dejando que las lágrimas se desvanezcan así como los pensamientos inadecuados.




~Claro, pero tú le quieres un montón, ¿no?
+Haría lo que fuera por él, pero no por lo nuestro.

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